Por Federico Osorio Altúzar
Con un pie en la tradición y otro en la modernidad, las dos cartas o prospectos presidenciales del PRI para el 2012, han cumplido la presentación pública de la agenda de precampaña con un menú en que el platillo principal es la de cambiar todo para dar paso a una nación idílica: próspera, segura, de primer mundo y apta para competir airosamente en la sociedad internacional.
Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, abanderados de un Partido defenestrado de la Presidencia de la República hace doce años, abren lo que sin llegar a ser debate ideológico es una tibia manifestación de lo que podría, y debería ser, la puesta del blanco hacia el cual habrían de tirar sus adversarios.
Cierto es que Peña Nieto sigue siendo, dentro del PRI, la carta a superar en lo que se refiere a la delantera, con todo y el escepticismo que hay sobre la certidumbre y acerca del método de las encuestas. Por un Estado eficaz se pronuncia el ex mandatario de Edomex, no sin antes declararse partidario de romper con todos los cánones de la inercia en la educación, las finanzas, la planeación de los recursos humanos y materiales.
El decálogo de Peña Nieto es una confrontación tácita con la política económica de los dos últimos sexenios y una apertura al México que se fue de las manos a partir del sexenio salinista y acaba por hundirse desde el ascenso de los mandatarios proimperialistas de la Doctrina Monroe, primero con Vicente Fox y ahora con Felipe Calderón.
Beltrones no se quedó atrás, pese a la calificación desfavorable de las encuestas. Propuso un “nuevo pacto social”. Apostó, en su carta de presentación, por un cambio radical en el ámbito de la hacienda pública, en el modelo de la economía y en el formato de la justicia. El senador por Sonora llegó a la cita precedido del hálito de su oferta política de coalición de corrientes partidistas en el poder (no de alianzas previas a la elección como quisieron entender no pocos), de cerrar puertas a un Ejecutivo proveniente de las filas del narcotráfico y dispuesto a renovar las bases del régimen político para dar entrada a un gobierno “sui generis”, mitad presidencialista, mitad parlamentario que haga factible la cooperación entre las diversas tendencias ideológicas y permita la participación mancomunada a fin de evitar la tentación totalitario y el caudillismo encubierto.
Ambos, Peña Nieto y Beltrones, compartieron la idea de que el PAN es el único responsable de la crisis económica, de la crisis de confianza institucional y de la derrota de la democracia en México.
Asimismo, en el denominador común brilló por su ausencia la propuesta de reformar la Constitución como punto de partida, incurriendo en la tendencia tradicional de considerar que el Derecho es una superestructura, una ficción o, en el peor de los casos, un lastre para la eficacia y eficiencia del Estado. Como en la doctrina conservadurista (ahí en donde PAN y PRI están de acuerdo), Estado y Derecho son entidades distintas y en algunos casos opuestas, con el fin de aprobar o reprobar lo que sucede en el primero o para justificar y aplaudir lo que ocurre en el ámbito normativo.
Sonrientes al final de la jornada, con actitud triunfalista el de Sonora y el de Edomex, todo ha ocurrido en términos del buen trato entre correligionarios y de colaboracionistas, dándose apoyo mutuo sin ostensibles rupturas doctrinarias. Faltaría más. Los operadores y consejeros políticos han estado a la altura y medida de los dialogantes.