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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







martes, 14 de junio de 2011

PACTO NACIONAL CIUDADANO: LAS DEUDAS DE JUSTICIA


                                         Por Federico Osorio Altúzar

Los griegos inventaron a los rapsodas, los hebreos a los profetas y la cultura hindú, imbricada entre pitagóricos y socráticos, a los místicos precursores de San Agustín. Aquéllos, los primeros, cantaban hechos consumados envueltos en mitos y leyendas; los segundos, anunciaban sucesos calamitosos y advertían a reyes y príncipes lo que ocurriría en caso de no atender a sus admoniciones. Los últimos, ejemplificaban con sus vidas la templanza y el valor para soportar las contingencias de su entorno social y construir su modo propio de vivir.
Javier Sicilia, hombre providencial por su presencia en horas de verdadera agonía nacional, poeta con vocación de un humanismo universal por su voz estentórea que dice no sólo lo que a él lo ha transido de dolor en lo íntimo de su ser sino lo que embarga de ira, indignación y frustración de miles y miles de familias a lo largo y ancho del país.
Discípulo de Epicuro, de un Zenón de Citium o más cercanamente de un Gandi, el poeta Sicilia es, por hoy, la voz que clama en valles, poblados y ciudades (vox populi) a fin de poner término a la fallida guerra que ha provocado la muerte de jóvenes indefensos, de padres silenciados por criminales de toda laya, de mujeres y hombres en cárceles y penales de, eufemísticamente, llamados de alta seguridad. En fin, ejecuciones de guardias de seguridad, jueces y administradores en alcaldías abandonadas por la extrema marginación.
Ha puesto a un lado la pluma para dar uso a la palabra y gritar, voz en cuello, como si fuese un Sófocles, un Eurípides o un Isaías (profeta) de nuestro tiempo, asumiendo lo que el griego de la época clásica llamaba “parresía”, modo de expresar con desnuda franqueza y desusado valor el mar de corrupción, inepcia y complicidad en que se mueven muchos de aquellos que tienen la responsabilidad de tutelar la vida y la dignidad de las personas, quienes fueron elegidos o designados para dar sentido a las palabras de la ley y hacer valer la imputación como principio supremo de la legalidad penal.
Sin hacerse pasar como vidente o algo similar, Sicilia ha convocado a la sociedad mexicana a formar un frente con todas las fuerzas morales y políticas para advertir con suma claridad lo que sobrevendría si se persiste en incumplir, si se insiste en hacer como que se hace algo y no se hace nada por parte del gobierno de la República. Si, en suma, los gobernadores, comparsas o no, de los Estados; si los llamados procuradores, jueces, representantes en los congresos, si los alcaldes de las grandes urbes y las modestas congregaciones prosiguen el juego de las transnacionales en su criminal negocio de la compra-venta de armas, y si se deja a la banca, infiltrada por el narcotráfico, continuar siendo la fuente de lavado de dinero y caja fuerte de nefandos negocios auspiciados por los nuevos dueños de poder ilegítimo y de riqueza ilícita.   
Con el poeta Sicilia, la sociedad ha cobrado voz, ha roto el silencio que los muertos han hecho ostensible, se hace oír en medio territorio patrio y allende la frontera. Su grito airado es ya coro de la enlutada y envilecida sociedad por obra y gracia de los saqueadores de la nación y los entreguistas de soberanía, enajenadores de la tierra y del subsuelo desde la década finisecular hasta nuestros días, por los asaltadores del poder político y los testaferros del capital económico mal habido.
Sicilia es  símbolo de esperanza y redención social en un horizonte en donde la inconstitucionalidad y la ilegalidad prevalecen. A partir de su lucha, contrapartida de la actual, guerra fallida y fratricida, se anuncian  acciones que irían de la resistencia civil a los juicios políticos contra los responsables de que el epicentro del dolor se desplace, impunemente, por la faz del país entero.