Por Federico Osorio Altúzar
Lo que el fuego se llevó podría ser el nombre del documental en el que estaría inscrito el relato que los lugareños de la montaña podrían hacer del incendio que en estos días devoró incontables hectáreas de bosques, potreros y humildes viviendas. El devastado escenario está en los límites del Estado grande, Chihuahua, con sus vecinos Sonora, Durango y Sinaloa. Desde el rancho de Los Laureles hasta las comunidades del cordón y las mesas, pasando por Bermúdez, las llamas arrasaron sembradíos, potreros y vastas áreas de coníferas siguiendo el curso de un arroyo de por sí sediento.
Obra de la naturaleza, ciega por lo tanto, la voluntad del hombre fue incapaz de contener la furia de las llamas y la fuerza de los vientos que, en ruda complicidad, se hicieron paso sin que ningún obstáculo, humano o material, impidiera su infernal cometido: consumir pastos, maderas, y árboles a manera de combustible acumulado por la sequía y el rigor del abrasador verano.
Una semana duró el pavoroso incendio forestal. Una semana de pánico entre los aterrados pobladores que repartían su heroico esfuerzo en reunir y poner a salvo sus pertenencias (enseres y ganado), en medio del más completo aislamiento e incomunicación. Una semana de angustia y zozobra temiendo lo peor, la pérdida de vidas humanas, sin los recursos mínimos de la tecnología, sufriendo por la falta de cisternas o depósitos para el abasto de agua y poder contener las llamas. Vamos, sin los apoyos de trabajadores que cavaran a tiempo zanjas para abatir el siniestro y sin el auxilio inmediato, como no fuese el de los lugareños, de personal capacitados para casos de extrema peligrosidad, como el descrito. Por fortuna elementos militares asentados en la vecina entidad sonorense acudieron a los sitios flagelados, y a quienes los comuneros extienden reconocimiento por la ayuda durante la adversidad.
Tras la impresionante desgracia, después de noches de insomnio y de contar las pérdidas, de lamentar lo ocurrido, de poner en la balanza enseñanzas acerca de la prevención como vía para atenuar esta clase de infortunio, las familias damnificadas vuelven su mirada hacia instituciones públicas de ayuda, a las autoridades regionales, de la jurisdicción a que pertenecen, encargadas y por lo mismo responsables de velar por la integridad de las personas y las familias.
Acudir oportunamente y con eficiencia en auxilio de damnificados por siniestros como el que se menciona es una de las funciones del FONDEN que, por cierto, acaba de firmar un convenio multimillonario para afianzar sus recursos económicos que, sin duda, ayudará a que sea ágil y confiable el auxilio en casos de emergencia.
En el inmediato pasado, los usos y costumbres socorridos han consistido en sacar beneficios inconfesables del dolor ajeno. En el caso, una vez enteradas las instancias de las pérdidas registradas, los afectados de esta zona de la sierra chihuahuense demandarán los apoyos a que hay lugar, las reparaciones a que tienen legítimo derecho. El clientelismo político se descarta como forma para retribuir, en tiempo y forma, a las víctimas del siniestro.
Ciertamente, no es la región serrana que nos ocupa la que fue emporio de riqueza minera a costas del sudor y las enfermedades en los emporios mineros de la Sierra Madre sobreexplotada desde tiempos de la Colonia. Es la otra sierra: la de gentes sencillas y laboriosas cuya tranquilidad y felicidad consiste en realizar cumplidamente la dura labor, incesante y abnegada, día a día. Aquella en donde todavía se festeja en las tardes silenciosas, el relámpago y el trueno como anuncios seguros de la temporada de lluvias y la esperanza de generosas cosechas.