Y
lo que nos faltaba ha llegado, aunque no para quedarse. La provocación en la
UNAM es continuación de lo mismo. Los cárteles tratan de hacer lo suyo ahí en
donde más duele: en la casa de enseñanza, de investigación y propagación de la
cultura.
Los
hechos indican que la cobardía no tiene fronteras. Se ensaña frente a la
indefensión.
La
autonomía universitaria es lo último que resta a los provocadores con el
propósito de hacer blanco de sus macabros dardos a fin de que se imponga la
impunidad sobre el Estado de Derecho y pasen a mejor vida la soberanía y el
régimen de libertades.
En
torno al rector Enrique Graue, no obstante, se ha tendido un cerco por parte de
los universitarios dignos de ese nombre que hace recordar la eminencia y
dignidad de otros rectores ilustres: Justo Sierra, Alfonso Caso, Salvador
Zubirán, Ignacio Chávez, Javier Barros Sierra y Guillermo Soberón, entre otros
cuyos nombres nos vienen a la memoria.
A medio siglo de los nefastos sucesos de 1968,
la repetición de la estratagema no deja lugar a dudas: Se trata de liderzuelos,
instigadores al servicio de la reacción, la anarquía y la desestabilización.
El
México de hoy es distinto al de hace cinco décadas. Somos abanderados y
partidarios de la paz, del progreso cultural y del bienestar social. La
Universidad que los porros de ahora agreden y tratan de convertir en tierra de
nadie, es distinta a la que fue utilizada como experimento de una lucha por el
mejor pesebre.
La
Rectoría de la casa de estudios está en manos de quien sabe bien que la
intimidación y las amenazas no van con el ideal de una autonomía al servicio de
la investigación libre y responsable, la enseñanza crítica, la propagación de
valores cívicos y morales sobre los cuales se funda el saber, el actuar y el
sentir del arte.
Ser universitario en nuestros días es emblema de pensar lo que se quiere y de
querer lo que se piensa. Con legítimo orgullo, en modo alguno exento de
responsabilidad, maestro, alumno, directivo o coordinador académico y
administrativo, llevan el estandarte de la libertad de cátedra y de la
extensión cultural sin una doble identificación.
El
universitario de los nuevos tiempos se identifica con su institución a través
de la historia: de las mutaciones y cambios de sus planes y programas
educativos.
Planteles
como los de la Escuela Nacional Preparatoria se ufanan por el tránsito de una
educación al servicio de la ideología religiosa y política al de un sistema
abierto, competitivo y liberado de consignas, dogmas y creencias.
El
curso sobre los orígenes de la institución preparatoriana a cargo de los
especialistas María de la Paz Ramos y Felipe León Olivares nos motiva a retomar
en firme la convicción de que la identidad universitaria no existe al margen de
la memoria histórica a través de sus
planes y programas, el refrendo de sus libertades (por tanto de su autonomía) y
la presencia de sus ejecutivos, los rectores que la representan, organizan y
defienden de sus enemigos, como lo hace ejemplarmente ante la provocación
actual el doctor Enrique Graue.