La toma de gobierno y la entrega del
mismo antes ha dejado un sabor de boca que tal vez perdure el sexenio venidero hasta
su término en 2024. Y más allá.
Siempre que se comienza algo, solía
decir un ameritado profesor, se hace desde el principio. Y el viernes anterior,
con motivo de la instalación del nuevo Congreso, se hizo todo al revés. Se invirtieron
los papeles, en una palabra.
Además de que el acto se volvió una
especie de debate sin fin, pues no llegó a ser una discusión propiamente
parlamentaria, se comenzó de atrás hacia adelante.
Lo que deseamos y queremos decir,
con seguridad así lo sigue pensando la mayoría de ciudadanos merecedores de ese
término, se trataba de escuchar lo que se propone realizar el nuevo Mandato con
el sustento de diputados y senadores.
Sin embargo, lo que se dejó oír fue una
retahíla de acusaciones, de diatribas en contra de las administraciones
anteriores, en particular la de Enrique Peña Nieto.
En vez de hacer mirar hacia el futuro,
como se supone ocurriría en un sistema similar al nuestro, las horas invertidas
y el ejercicio retórico de los noveles legisladores se redujo a reprobar las
iniciativas del anterior gobierno.
El senador y ex dirigente universitario
Martí Batres no ocultó su gozo con sonrisas y ademanes durante toda la sesión,
mientras el de la diputación mayoritaria conducía el cónclave antipeñista, anti
Pri, y anti todo lo demás.
Dijo
que este Congreso partía desde cero. Y no faltó legislador de minoría que
replicara, irónicamente: “Y ojalá no se quede en cero”.
El actual sexenio expira, así, con un
saldo que los ciudadanos de “buena cepa” habrán de valorar y calificar, sin
particular premura y sin politiquerías partidistas.
A nuestro modo de sopesar sucesos,
avances y retrocesos, consideramos que las reformas del presidente Peña Nieto
son buena siembra cuya cosecha habría de esperar su implementación y práctica
en la experiencia, la educativa por
caso.
Pero en lugar de derruir desde abajo
para intentar una reconstrucción desde la nada, como sugiere Muñoz Ledo, lo
importante y aconsejable es corregir lo reparable y sobre la marcha introducir
las enmiendas pertinentes.
De ahí la idea que postula la
democracia en el sentido de no
considerar que ésta ha nacido desde cero y que cada etapa consista en desechar
lo realizado con el propósito de levantar el flamante edificio que cobije
sueños, aspiraciones y anhelos.
Las frustraciones no dan frutos dignos
de ser tomados como alimento saludable. Y aun en tratándose de la política, tal
vez especialmente por tratarse de un asunto colectivo y de incumbencia social,
requiere de caminar no sin rumbo y construir sobre lo ya realizado sin
miramientos, preguntando quiénes lo han hecho, sino con qué finalidad y cómo se
ha llevado a cabo y con qué objetivos.
Muchos beneficios espera la ciudadanía
de la administración entrante. A su término, ésta podrá constatar todas y cada
una de la que hasta hoy son apetecibles y predecibles promesas.
Y no habría porqué ser más papistas en
cuanto a lo dicho por el Papa acerca de una posible catástrofe global.
El método de Donald Trump, nuestro
poderoso vecino imperial, ha funcionado para bien de los poderosos económicamente
en Estados Unidos. La amenaza nunca ha sido el óptimo procedimiento. Hoy va por
Canadá, aunque la presa es muy difícil de roer. Menos, mucho menos para sacarle
provecho unilateral.
Mientras tanto lo que apremia y es
urgente consiste en cuidar y proteger nuestro patrimonio cultural, económico y
el bien de los pobladores mexicanos. Sin desatender, por supuesto, nuestro
interés cosmopolita, pacifista y celoso de la soberanía.