Mal
andan las cosas en nuestro medio político. Queriendo ser más papistas que el
Papa, con todo respeto, se incurrió en la peor de las falacias: hacer pasar por
democracia lo que no ha sido, hasta ahora, sino caricatura de la susodicha
forma de gobierno.
Los
debates públicos han sido todo lo que se quiera, menos una confrontación de
ideas, de propuestas y modelos o paradigmas.
Todo
se ha convertido en palabrería, en reyerta y guerra de ofertas, de dimes y
diretes en el mejor de los casos.
A
la invocación del voto como garantía de participación se ha seguido la andanada
de ofrecimientos a cambio, lo que se traduce esta
elección en un vasto comercio en el que los aranceles son la compra-venta
velada de sufragios.
Así,
mientras unos, o unas, abiertamente ofrecen una cantidad determinado en caso de
manifestarse su adherente, otros lo hacen prometiendo beneficios que no están
al alcance de las familias pobres, bajo situaciones similares.
Disminuido
o francamente rebajado el valor del voto ciudadano por parte de los demagogos
de siempre, se ha puesto al descubierto mil y una formas de corrupción, mil y
una tácticas para hacer del poder público fuente y venero inagotable de
capitales mal habidas y gravámenes sin fin que laceran a la población.
Aparejado
el latrocinio con la impunidad; es decir, identificado uno y otro en cuanto a
la torva finalidad que se le asigna, no se sabría qué opinar acerca de que no
está nada mal si se pusiera término final al fuero que, como manto protector,
torna intocable al corrupto o autor de fechorías de esa clase.
No
nos queda nada mal el dicho popular de “candil de la calle y oscuridad de la
casa”. Nos referimos aquí al bloque de países que autodenominados, del que
México es parte, en defensa de la democracia en Venezuela, para condenar vicios
ancestrales. En otros términos: si hay instancias jurídicas internacionales
para sancionar a cualquiera de los miembros de la OEA como es el caso, no cabe
sino admitir que se trata de llano intervencionismo.
¿Y
qué decir acerca de nuestras relaciones con el todopoderoso país del Norte?
¿Qué esperar de una relación en donde la dependencia se enseñorea en cada
decisión en la que somos parte por determinación unilateral del dictador Donald
Trump?
Poco
o nada bueno hemos aprendido de nuestros vecinos a quienes por cierto hemos
dado, de nuestras flaquezas y pobrezas, el apoyo requerido como en la Segunda
Guerrra Mundial, por medio de alimentos producidos en el agro mexicano.
Mano
de obra con bajo costo tuvieron a su alcance los agricultores estadunidense. Y
ni qué hablar cuando nos enteramos de la llamada “fuga de cerebros”.
Se
empobrece nuestra débil organización democrática por los embates de dentro y de
fuera.
Los
actuales contendientes por el máximo poder, la Presidencia de la República, han
hecho todo lo humanamente posible por mostrarnos ante el escenario mundial como
malos aprendices de la
democracia histórica en cuyo seno los líderes son hechura de los ciudadanos y
no al revés: esclavos y abyectos servidores de la voluntad omnímoda.
Reyerta
y guerra de acusaciones han sido los debates preelectorales. Ofertas nada
gratuitas al ciudadano común. La Nación se cubre de sangre: Mujeres, políticos
y periodistas son las víctimas principales.
El
clamor es ya unánime: escribir con punto final a las campañas semi eternas como
la que nos ha tocado sufrir y padecer resignadamente. Basta ya de mentiras
caricaturescas que nos causan daños irremediables.