Los
héroes de Carlyle son aquellos que han dejado huella en obras inmarcesibles.
El
maestro figura entre hombres y mujeres que han legado con sus vidas, creaciones
y testimonios, que hacen la esencia de la historia. Dilthey mostró que la historia es la
vida misma de las personas que la hacen.
Roberto
Aramayo interpreta la expresión kantiana del “cielo estrellado sobre mi cabeza
y la ley moral inscrita en mi corazón” a la luz del pensamiento científico de
Newton y la obra pedagógica de Rousseau, el “Emilio”.
La
persona del maestro impregna de inmortalidad (humana, por cierto) sus
enseñanzas, dándole a la forma y al contenido perennidad e intensidad de vida.
En el
Día del Maestro resulta propicio exaltar la figura de quienes, en mayor o menor
medida, han forjado el carácter y el temple de numerosas generaciones,
inspirando ideales, suscitando cosmovisiones múltiples, motivando a la
creatividad, y demostrando que el pensamiento y sus manifestaciones no son algo
dado, sino punto de partida a fin de traer a la experiencia mundos inimaginables,
dotándolos de tangible realidad.
Para
muchos de nosotros, en este día de evocaciones, la personalidad y magisterio de
Guillermo Héctor Rodríguez se revisten de vigencia, vivísima y vigorosa; se
acrecienta, de manera contundente, haciendo volver el interés hacia lo que da
sustento cultural, a lo que permanece en medio de lo cambiante y lo
insustancial.
Alumno
y discípulo de los hermanos Caso, el despertar de su sueño personal queda asentado en sus trabajos filosóficos
desde muy temprana edad: “El Ideal de Justicia en nuestro Derecho Positivo”, ensayo
patrocinado, en 1934, por el Instituto de Reformas Sociales.
Egresado
de la Facultad de Derecho y de Filosofía y Letras en la UNAM con sendas tesis que
le merecieron palmas académicos, a los 27 y 37 años de edad, respectivamente,
con sus polémicos trabajos “La
Jurisprudencia como Ciencia Exacta” (1934) y “Ética y Jurisprudencia” (1949),
dedicó a la investigación y a la enseñanza su vida laboral, de manera íntegra,
con todo y haber sido Presidente Municipal de la ciudad y puerto de Veracruz.
Platónico
y plotiniano, filosóficamente hablando, en sus años iniciales de ambas
carreras, según confesión propia, consagró sus fuerzas intelectuales al estudio
de los sofistas (Protágoras y Gorgias, entre otros), doblando así la hoja de
encomios al autor de los diálogos, a Platón, sedicente seguidor éste de
Sócrates y de Aristóteles por lo tanto.
La
“Lógica Actual”, sus polémicas, ponencias y diversos ensayos dan cuenta y razón
de aquel alejamiento, así como del cultivo y divulgación de su pensamiento
innovador en el aula y en la página escrita.
Falleció
el 4 de mayo de 1989, a una edad respecto de la cual había aún que esperar
tanto de él. Cuatro años atrás la enfermedad lo había hecho recluirse en su
domicilio en el Puerto de Veracruz.
En
el Congreso Internacional de Filosofía realizado en la Ciudad de México allá en
los años 60, sostuvo en una intervención suya acerca del concepto de hombre, de
historia y de cultura universal las tesis de la Sofísfica, enriquecidas por las
ideas de Kant y de la Escuela Filosófica de Marburgo, así como del pensamiento
de Hans Kelsen, el autor de la “Teoría Pura del Derecho”.
No
es Guillermo Héctor Rodríguez, ciertamente, el único maestro merecedor de
solemne reconocimiento. Habrá otros en sus disciplinas correspondientes.
Nosotros lo llevamos en lo íntimo de nuestro “eros” pedagógico como el que
brilla con luz propia iluminando su efigie con los resplandores propios de la
creatividad que nos enseñó, al motivarnos a pensar por nosotros mismos y ser
libres por ello y responsables de ello.