“Guerra
sucia” se denomina a la lucha de los contrarios, con la finalidad de sometimiento
o de exterminio.
Guerra
sucia, podríamos llamar a la suscitada con similar sentido a la actitud del
actual jefe del Ejecutivo estadunidense en contra de sus vecinos más débiles e
indefensos: los ciudadanos de este país.
Siguiendo
la misma táctica del que ofende y esconde la mano con la que agrede, Donald
Trump, en su enésima ofensiva hacia los mexicanos en general, sostiene que se
le interpretó mal y que él se refería a la migración perversa, criminal e
insana que llega a su país.
Malos,
malísimos asesores, tiene a su alrededor el mandatario americano. Le hacen
decir lo que no quiere expresar el representante de la Casa Blanca. Confunde,
así, al cártel de la delincuencia con todos aquellos que tradicionalmente
llegan al territorio de la Unión Americana en busca de trabajo, y con la
esperanza de realizar el publicitado
“sueño americano”.
No
obstante, poco a poco se está entendiendo el proceder del político más
descollante de la vecina nación.
Su
táctica es una táctica manida entre los grupos de pandilleros, quienes se
escudan en la cobarde mentira de aquel que pega, pero no escucha. Más aún: del
que pega y dice a secas que él no lo ha hecho.
Amedrentar
es su objetivo. Zaherir su propósito inmediato.
Bien,
¿para qué? ¿Cuál es la finalidad?
A
punto de culminar el proceso negociador del TLC Donald Trump arremete contra
sus vecinos, los mexicanos, tratando de poner piedras en el camino como si no
hubiera ya de por sí verdadera cadena de problemas, insalvables unos, de difícil
resolución otros.
Obstáculos
no han faltado en este ya de por sí enojoso y largo camino sin que se avizoren
acuerdos, dignos y justos, razonables para los involucrados. El muro de la
ignominia está ahí como monumento a la necedad impositiva el tema de los
aranceles como testimonio de que se trata de aplicar la “ley del azadón”: la de
todo para acá; nada para allá.
Ahora,
la cuestión es la migración desde la cual se quiere tender un velo de ofensas y
maledicencias, en donde todos, sin excepción, seríamos cosas, no personas. Y
desde esa acerva perspectiva carente de razón, de motivaciones y de buena
voluntad, de aspiraciones a lo mejor.
En
el rasero que pretende hacer valer el susodicho mandatario, seríamos “animales”
sin capacidad de razonar, “bípedos implumes” con palabras del director y
fundador de la Academia ateniense.
Desdichada
sería, de este modo, la empresa de negociar un Tratado que mal o bien, lo
suscribieron en su momento personas en pleno uso de las facultades racionales
que aquí se pretende socavar o colocar en terreno receloso.
Se
ocurre pensar en que Trump se propone, de manera inconsciente, lo que sería ya
una contradicción, poner fin al Imperio que en mala hora fue puesto en sus
manos.
Tierra de
promisión fueron los Estrados Unidos en sus orígenes. Suelo propicio para el florecimiento de la
democracia. Ejemplo de figuras históricas como las de Washington y Lincoln, en
fin, como
la
del Presidente Kennedy.
Hoy,
en día, con el ascenso de Donald Trump a la Primera Magistratura, las
relaciones entre nuestro país y el del citado Trump sufren la más grande de las
agresiones.
De
lejana, difícil y penosa amistad, al paso del tiempo se convierte en
convivencia incómoda, insufrible y aterradora.