Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 20 de mayo de 2018

DE LA PENOSA VECINDAD A LA CASI IMPOSIBLE CONVIVENCIA


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“Guerra sucia” se denomina a la lucha de los contrarios, con la finalidad de sometimiento o de exterminio.
Guerra sucia, podríamos llamar a la suscitada con similar sentido a la actitud del actual jefe del Ejecutivo estadunidense en contra de sus vecinos más débiles e indefensos: los ciudadanos de este país.
Siguiendo la misma táctica del que ofende y esconde la mano con la que agrede, Donald Trump, en su enésima ofensiva hacia los mexicanos en general, sostiene que se le interpretó mal y que él se refería a la migración perversa, criminal e insana que llega a su país.
Malos, malísimos asesores, tiene a su alrededor el mandatario americano. Le hacen decir lo que no quiere expresar el representante de la Casa Blanca. Confunde, así, al cártel de la delincuencia con todos aquellos que tradicionalmente llegan al territorio de la Unión Americana en busca de trabajo, y con la esperanza de realizar el  publicitado “sueño americano”.
No obstante, poco a poco se está entendiendo el proceder del político más descollante de la vecina nación.
Su táctica es una táctica manida entre los grupos de pandilleros, quienes se escudan en la cobarde mentira de aquel que pega, pero no escucha. Más aún: del que pega y dice a secas que él no lo ha hecho.
Amedrentar es su objetivo. Zaherir su propósito inmediato.
Bien, ¿para qué? ¿Cuál es la finalidad?
A punto de culminar el proceso negociador del TLC Donald Trump arremete contra sus vecinos, los mexicanos, tratando de poner piedras en el camino como si no hubiera ya de por sí verdadera cadena de problemas, insalvables unos, de difícil resolución otros.
Obstáculos no han faltado en este ya de por sí enojoso y largo camino sin que se avizoren acuerdos, dignos y justos, razonables para los involucrados. El muro de la ignominia está ahí como monumento a la necedad impositiva el tema de los aranceles como testimonio de que se trata de aplicar la “ley del azadón”: la de todo para acá; nada para allá.
Ahora, la cuestión es la migración desde la cual se quiere tender un velo de ofensas y maledicencias, en donde todos, sin excepción, seríamos cosas, no personas. Y desde esa acerva perspectiva carente de razón, de motivaciones y de buena voluntad, de aspiraciones a lo mejor.
En el rasero que pretende hacer valer el susodicho mandatario, seríamos “animales” sin capacidad de razonar, “bípedos implumes” con palabras del director y fundador de la Academia ateniense.
Desdichada sería, de este modo, la empresa de negociar un Tratado que mal o bien, lo suscribieron en su momento personas en pleno uso de las facultades racionales que aquí se pretende socavar o colocar en terreno receloso.
Se ocurre pensar en que Trump se propone, de manera inconsciente, lo que sería ya una contradicción, poner fin al Imperio que en mala hora fue puesto en sus manos.
Tierra de promisión fueron los Estrados Unidos en sus orígenes.  Suelo propicio para el florecimiento de la democracia. Ejemplo de figuras históricas como las de Washington y Lincoln, en fin, como
la del Presidente Kennedy.
Hoy, en día, con el ascenso de Donald Trump a la Primera Magistratura, las relaciones entre nuestro país y el del citado Trump sufren la más grande de las agresiones.
De lejana, difícil y penosa amistad, al paso del tiempo se convierte en convivencia incómoda, insufrible y aterradora.