Se
debate Estados Unidos, como sistema imperial, entre el ser y el no ser. Es
decir, entre el auge y el ocaso, entre lo que ha sido y lo que el Presidente
Trump pretende hacer desde la Casa Blanca.
Pocas veces, o
mejor dicho nunca de los nunca, el
poderoso país del Norte ha enfrentado una crisis como la que atraviesa
en estos días.
Primero
ha sido Inglaterra, la Madre Patria de los vecinos estadunidenses en dar la voz
de alerta en cuanto a romper con el Pacto que la hacía ver como la nación líder
de la Unión Europea. El afamado Brexit terminó con dicha presunción y las
naciones europeas resienten ahora la inesperada salida Inglaterra.
Unas
veces las razones han sido de carácter religioso, otras de orden económico y
las más de origen político; de predominio y sometimiento por la fuerza del
poder.
Egipto
y Persia, Grecia, Roma y España han tenido en sus manos la suerte y el destino
de millones y millones de seres humanos, bajo su égida.
Esta
vez, todo indica que los motivos son de naturaleza económica, de causas
materiales llevadas al extremo, matizadas por una mal entendida cuestión
migratoria con todo y el racismo, la discriminación y la marginación que todo
ello implica.
Poderosa
en sus buenos tiempos, imperativa en la toma de decisiones que envolvían a todo
el orbe, Gran Bretaña definió el carácter tolerante de Occidente. No sólo como
“dueña de los mares”, sino por la fuerza de sus leyes Inglaterra hizo posible el
triunfo del liberalismo con Stuart Mill y el grupo de empiristas; en suma, con
David Hume y John Locke.
Entre las
motivaciones que arguyó Inglaterra para su retiro, una de ellas fue la
incontrolada migración.
En
el caso de nuestros vecinos del Norte, dirigidos por Donald Trump, el TLC y sus
efectos en las transacciones comerciales junto con la política migratoria, han
sido los puntos de choque para presionar
y amenazar con su separación del bloque del que se hacía esperar la
construcción de un novedoso y justo cosmopolitismo.
Haciendo
juicios adversos hacia los migrantes, sin distinción alguna, el hoy Presidente
de Estados Unidos ha querido borrar de una vez por todas la tolerancia, la
equidad, la justicia, el derecho de tránsito, cuyos valores han sido y son pilares
del mundo occidental.
Por
hoy, el panorama democrático liderado por Norteamérica padece serias muestras de acecho,
acoso interno y debilitamiento para decirlo de alguna manera.
Falsas
acusaciones y presunciones sobre los “dreamers” se suceden unas tras otras. Una
vez es la ilegalidad, otras el crimen y muchas más acciones atroces como las
que acaban de ocurrir en una escuela secundaria de Florida.
Nada
se dice de las causas que engendran tales conductas deshumanizadoras: por
ejemplo, la venta y exportación indiscriminada, masiva, de las armas asesinas.
Cierto
es que hay de imperialismos a imperialismos: el motivado por fanatismos es uno
de ellos; el que busca imponer arbitrariamente tarifas y aranceles es otro. La
discriminación es tan grave como el odio y el rencor hacia todo lo que son
creencias y dogmas. Por ahí se empieza.