La
ciudad en la cual el filósofo Kant vivió, estudió, escribió, enseñó y murió,
llevó el nombre de Könisberg, es hoy en día Kaliningrado, un trozo de la vieja
Prusia y en consecuencia parte del territorio europeo.
En dicha urbe, de
la que el insigne pensador, como Sócrates, jamás abandonó y en la que Hannah
Arendt se formó e informó
educativamente, Kant pensó y meditó en los principios, asimismo, de su obra “La
Paz Perpetua”.
Könisberg ayer;
hoy Kaliningrado. Aquí y ahora, el nombre
no es lo de menos.
La
primera evoca el ambicioso proyecto de paz ideado jamás por mente humana; la
segunda alude a la sede en la que se ventilan presagios bélicos, preludio de la
tercera y última llamada para la destrucción del género humano.
Perdura,
no obstante la herencia para la Humanidad a través del pensador de Könisberg. Y
esta ciudad al igual que la Atenas de Pericles continúa en la memoria
filosófica, como símbolo de la cuna en que meció y maduró sus ideas el autor de
las tres Críticas que dieron rumbo y certidumbre a las reflexiones de segundo
grado.
Kaliningrado
es, por hoy, la estación en donde se esconden los escarceos y propuestas inspiradas en el odio y el rencor,
predispuestos de inmediato a la contienda y a la conflagración.
La
paz por medio del derecho sería, entonces, el corolario de la paz perpetua
esquematizada por el genio fundador de la negociación y la concertación basadas
en la voluntad jurídica.
Botín de guerra,
Kaliningrado representa, en contrapartida, el renacer de principios de este
violentado siglo XXI, empeñado en que prevalezca el afán de predominio por
encima de la concesión, el diálogo y el compromiso.
Por
cierto, Hannah Arendtt se ha referido al Auschwitz y al Gulag estalinista como ejemplos de
totalitarismos dentro de los cuales se agita el racismo, la pugna entre
capitalistas y proletarios, el odio como principio del derrumbe de naciones y
heridas mortales entre los individuos.
En
el caso que nos ocupa la ambición hizo oscurecer la luminosidad de una urbe en
el sentido de punto de partida en la interpretación del trato y el contrato y
el
desprestigio en
aras de la supremacía, el predominio y la mezquindad.
Una
cuidadosa relectura de la pequeña obra de Kant (“La Paz Perpetua”) nos hace
penetrar en la profundidad y en las condiciones que propician la paz, el sueño
anhelado y el afán milenario por la justicia, la equidad y el igualitarismo, y
la solidaridad frente al propósito desmedido de supremacía y la finalidad de
lucro en nombre del sueño de oportunidad para todos, y de la equidad entre poderosos y débiles.
Oriente
y Occidente vuelven a contraponerse. El bloque socialista trata de recuperar su
sitio, como supuesto imperio, desde el cual tremola la lucha de clases,
mientras la comunidad encabezada por los Estados Unidos y secundada por
Francia, Inglaterra y Alemania en el Viejo Continente, muestra su rechazo a los
valores que les dieron lustre y poderes omnímodos.