Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 15 de mayo de 2017

LUTERO: GRAN REFORMADOR Y PUBLICISTA

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Martín Lutero es el prototipo de revolucionario de las creencias no sólo en Alemania sino en todo el continente europeo. A decir verdad, es líder en la continuidad y renovación de las religiones.
Es el campeón de la tolerancia, el sucesor y predecesor de la reforma en general, presuponiendo las ideas de la Ilustración griega y anticipando los vientos generosos de la Ilustración del siglo XVIII.
Durante largo tiempo su nombre fue sinónimo de herejía. La autoridad pontificia lo denostó sin miramiento alguno. Y sus correligionarios y apologistas fueron víctima de la Inquisición, convirtiendo su casi centenar de tesis en cúmulo de atrocidades que había que destruir por ser ofensas graves contra la fe.
Su predecesor, Erasmo de Rotterdam, preparó con sus tempranas enseñanzas el camino aún vedado a sus contemporáneos y alumbró de manera previa el horizonte para amaneceres límpidos de perturbaciones mistéricas.
Sin sus proclamas, hubiese sido imposible el Renacimiento entendido como un movimiento innovador en las artes, las ciencias y la filosofía. Asimismo, jamás hubiese logrado su entrada triunfal la segunda gran Ilustración propiciada por ingleses, alemanes, franceses, italianos y portugueses.
El Nuevo Mundo, por cierto, no hubiese sido hazaña y empresa de navegantes y soldados intrépidos y ávidos de riquezas y aventuras sin límite.
Martín Lutero asumió un papel beligerante y temerario al poner a la luz pública la gama de prejuicios, temores, posiciones dogmáticas que impedían ver en el fondo  lo verdadero, lo sustancial, lo digno de ser considerado asunto de conocimiento y de indagaciones objetivas.
Comenzó por desentrañar, desde el seno de los dogmas prevalecientes y los credos en boga, los más recónditos acertijos, ubicándolos en su calidad de elementos nocivos a la percepción e intelección de las creencias, la consistencia de las convenciones alentadas por la fe y no derivadas de la voluntad y la razón.
Las indulgencias fueron las primeras ideaciones colocadas bajo la lupa del examen crítico. El pago a través de dádivas y limosnas por entuertos cometidos fue un punto de partida a fin de liberar a las conciencias de suposiciones perniciosas y de autosugestiones inducidas con afán de lucro.
Mostró y demostró que la noción o creencia de intercesión entre Dios y el hombre,  implicaba un lado oscuro y vano, provocando un antropomorfismo traído de los cabellos, en la medida que por la vía  de la supuesta actitud el interlocutor se revestía de virtudes sobrehumanas. O el ideal trascendente dejaba de tener el halo que le correspondía.
Las más de noventa tesis inscritas en la iglesia de Wittenberg constituyen el formato de la reforma que dio origen a la diversidad de creencias y dogmas, a la renovación de la fe por parte de quienes anhelan una identificación mística con un poder que está más allá del horizonte de la historia y del conocimiento. Representan el propósito de renovar, revolucionar y por tanto innovar desde dentro el andamiaje del viejo edificio medieval que, al parecer, crujía bajo el peso de mitos, leyendas y creencias insostenibles en la era del telescopio y después del microscopio y los descubrimientos de Copérnico, Hume y de todos los héroes de la Ilustración.

Sus hallazgos tuvieron la fortuna de contar con los auspicios de la imprenta. De ahí su generosa labor de traductor bíblico y propulsor de las nuevas ideas revolucionarias. Fue un gran reformador y publicista. Un genio universal.