Martín
Lutero es el prototipo de revolucionario de las creencias no sólo en Alemania
sino en todo el continente europeo. A decir verdad, es líder en la continuidad
y renovación de las religiones.
Es
el campeón de la tolerancia, el sucesor y predecesor de la reforma en general,
presuponiendo las ideas de la Ilustración griega y anticipando los vientos generosos
de la Ilustración del siglo XVIII.
Durante
largo tiempo su nombre fue sinónimo de herejía. La autoridad pontificia lo
denostó sin miramiento alguno. Y sus correligionarios y apologistas fueron víctima
de la Inquisición, convirtiendo su casi centenar de tesis en cúmulo de
atrocidades que había que destruir por ser ofensas graves contra la fe.
Su
predecesor, Erasmo de Rotterdam, preparó con sus tempranas enseñanzas el camino
aún vedado a sus contemporáneos y alumbró de manera previa el horizonte para
amaneceres límpidos de perturbaciones mistéricas.
Sin
sus proclamas, hubiese sido imposible el Renacimiento entendido como un
movimiento innovador en las artes, las ciencias y la filosofía. Asimismo, jamás
hubiese logrado su entrada triunfal la segunda gran Ilustración propiciada por
ingleses, alemanes, franceses, italianos y portugueses.
El
Nuevo Mundo, por cierto, no hubiese sido hazaña y empresa de navegantes y
soldados intrépidos y ávidos de riquezas y aventuras sin límite.
Martín
Lutero asumió un papel beligerante y temerario al poner a la luz pública la
gama de prejuicios, temores, posiciones dogmáticas que impedían ver en el fondo lo verdadero, lo sustancial, lo digno de ser
considerado asunto de conocimiento y de indagaciones objetivas.
Comenzó
por desentrañar, desde el seno de los dogmas prevalecientes y los credos en
boga, los más recónditos acertijos, ubicándolos en su calidad de elementos
nocivos a la percepción e intelección de las creencias, la consistencia de las convenciones
alentadas por la fe y no derivadas de la voluntad y la razón.
Las
indulgencias fueron las primeras ideaciones colocadas bajo la lupa del examen
crítico. El pago a través de dádivas y limosnas por entuertos cometidos fue un
punto de partida a fin de liberar a las conciencias de suposiciones perniciosas
y de autosugestiones inducidas con afán de lucro.
Mostró
y demostró que la noción o creencia de intercesión entre Dios y el hombre, implicaba un lado oscuro y vano, provocando un
antropomorfismo traído de los cabellos, en la medida que por la vía de la supuesta actitud el interlocutor se
revestía de virtudes sobrehumanas. O el ideal trascendente dejaba de tener el
halo que le correspondía.
Las
más de noventa tesis inscritas en la iglesia de Wittenberg constituyen el
formato de la reforma que dio origen a la diversidad de creencias y dogmas, a
la renovación de la fe por parte de quienes anhelan una identificación mística
con un poder que está más allá del horizonte de la historia y del conocimiento.
Representan el propósito de renovar, revolucionar y por tanto innovar desde
dentro el andamiaje del viejo edificio medieval que, al parecer, crujía bajo el
peso de mitos, leyendas y creencias insostenibles en la era del telescopio y
después del microscopio y los descubrimientos de Copérnico, Hume y de todos los
héroes de la Ilustración.
Sus
hallazgos tuvieron la fortuna de contar con los auspicios de la imprenta. De
ahí su generosa labor de traductor bíblico y propulsor de las nuevas ideas
revolucionarias. Fue un gran reformador y publicista. Un genio universal.