Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







viernes, 3 de febrero de 2017

VIEJA Y NUEVA CONSTITUCIÓN: CIEN AÑOS DESPUÉS

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La pregunta palpitante en este aniversario es: ¿Envejecen las constituciones? ¿Son los usos y costumbres los que hacen ineficaz el orden normativo en unos casos y en otros le otorgan continuidad y fortaleza?
La nuestra, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, envuelta en festejos que van desde los vibrantes aplausos hasta la crítica demoledora, ¿se encuentra en los umbrales de la tercera y última edad? ¿La impunidad se ha cebado en ella hasta hacerla obsoleta? Finalmente, los hacedores de leyes, ¿son los responsables de su estado de inaplicabilidad en asuntos que más afectan a los ciudadanos.
¿Qué papel juega, en otros términos, el Poder Judicial de la Federación en todo esto?
Mientras tanto, las celebraciones están a la orden del día. Las hay desde espectáculos deportivos hasta discursos epidícticos; desde comentarios adversos hasta de retórica deslumbrante y oficialista que, por cierto, es la más utilizada.
El centenario ocurre en medio de un conflicto sin precedentes en la tortuosa relación histórica entre nuestro gobierno y el flamante de los Estados Unidos de Norteamérica. Se agrava por el hecho, insólito, de que está revestido de apariencia trágica cuando no de ropaje cómico, a juzgar por las expresiones que nos llegan dentro de las mismas 24 horas del día.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, según reza el dicho popular.
Así, lo fenoménico del caso nos lleva a reflexionar acerca del documento histórico, la Constitución, fundamento de nuestra vida ético-jurídica y en cuanto a nuestras relaciones externas con toda responsabilidad, llevándonos a exigir a los titulares de los poderes públicos el desempeño cabal de sus investiduras. Al Ejecutivo federal y a los estatales los deberes de su competencia en lo relativo a soberanía, no intervención, libre tránsito, para citar lo que está a la vista.
Además, los exabruptos del presidente Donald Trump nos llevan a repensar nuestro pasado mediato e inmediato.
Somos un territorio en perpetuo abandono. El suelo y el subsuelo son víctima de improductividad, en perjuicio directo de nuestros connacionales. Este último, el subsuelo, lo disfrutan extraños y mexicanos tan solo de nombre. La minería es dádiva para inversionistas foráneos. Mientras que la agricultura, el suelo, sigue en manos de hacendados neo porfiristas, por decir lo menos.
Por consecuencia, hay miles y miles de migrantes mexicanos, apátridas como efecto de las políticas usureras y desnacionalizadoras propiciadas desde las cúpulas gubernamentales en turno. A la indulgencia de los desgobiernos nacionales, se añaden abrumadoramente  las amenazas de los vecinos del Norte. Hemos contribuido al muro de la incomprensión que hoy en día lamentamos, pero que nunca supimos evitar a su debido tiempo.
Pero volvamos a lo del Centenario de la Constitución.
Hay voces que demandan la promulgación de una Constitución nueva. Argumentan que la actual es inoperante, y por tanto obsoleta.
Sobre el particular, tiene sentido invocar la función interpretativa por parte del Poder Judicial de la Federación; es decir, tomar en cuenta  el papel renovador del susodicho órgano respecto de los contenidos normativos, lo que hace rejuvenecer, actualizando las disposiciones constitucionales, otorgándoles significados pertinentes.
En la Presentación a los cinco volúmenes en donde consta la actividad creadora de dicho Poder, el entonces Presidente de la SCJN, doctor Ulises Schmill, dejó sabiamente expresado cómo, a través de la vía jurisdiccional, es factible  establecer los criterios de validez del orden jurídico mexicano.

Por ese camino, la continuidad queda certeramente garantizada. Nuestra Constitución plenamente válida, vigente y renovada.