Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 12 de febrero de 2017

AUTORITARISMO Y LEGALIDAD: TRUMP FRENTE A LA CORTE

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Estados Unidos es adalid en el ámbito de la coordinación de los poderes.
Desde sus orígenes históricos, ha sido muralla ante los desafíos que han pugnado a fin de imponer la intolerancia, la degradación y la indignidad por medio de las ideologías religiosas, políticas y de la más diversa índole. Y esto, a pesar de los enemigos de la igualdad.
Los “cuáqueros”, pioneros fundadores de la nación norteamericana, fueron migrantes perseguidos y acosados en sus lugares de origen, víctimas de la intolerancia entonces dominante.
Por otra parte, crearon la figura de la Presidencia, a imagen y semejanza de la voluntad de los ciudadanos. No al revés. Constituyeron, por esa vía, la democracia participativa, tomando sin duda el legado de los atenienses del siglo de Pericles.
Su rama legislativa, cuna de las normas de observancia obligatoria, se asemeja en mucho al Areópago de los antiguos helenos. Es institución con oídos atentos a las demandas de la población.
Si bien el poder ahí no se comparte, no hay invasión de una rama en otra, haciendo posible en la práctica la coparticipación entre todas; es decir, impera la coordinación y el equilibrio.
Los jueces son humanos, ciertamente. Sin embargo, hay reglas que impiden que prospere la corrupción que conlleva gérmenes destructivos y aun autodestructivos.
La Corte Suprema es el corazón que hace latir y sostener con vida el complejo organismo que da sustento a la convivencia en común: en tensa, pero constatable paz y armonía.
Mucho se ha dicho, se dice y se dirá, que los Estados Unidos son un imperio.
Lo es, en efecto.
Un imperio democrático, visto hacia dentro, por dentro y desde dentro.
Visto hacia afuera y desde el exterior, es un imperio como todos los que han hecho historia y son por ello memorables. Tiene de ellos el impulso hacia el expansionismo,  al predominio, a la subyugación. En particular, en el caso, también hacia la autoprotección frente a influencias con hábitos considerados perniciosos a su estilo de vivir.
En suma, democrático es en gran medida dentro de sus confines; autocrático de sus fronteras hacia más allá, hacia todos los horizontes.
Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, ha tratado de saltar sobre su propia sombra.
Con gesto autoritario ha intentado derribar los cercos que delimitan las atribuciones y facultades de los poderes y se empeña en ir en contraflujo de la concurrencia entre poderes, tildando a los jueces de cómplices de la inseguridad que amenaza a los norteamericanos.
Por lo pronto, ha recibido las primeras lecciones adversas a su triunfalismo, lo cual sí pone en situación de riesgo al edificio democrático representado por el juego libre y responsable de los poderes públicos, uno de los que acaba de asumir por decisión de sus conciudadanos, el Poder Ejecutivo.
La resolución del Tribunal para no reactivar la orden ejecutiva antiinmigrante indica hasta qué punto en el vecino país no puede haber un presidencialismo dictatorial, autoritario, titular de facultades omnímodas, capaz de violentar el legado histórico que hace posible que la nación más poderosa del planeta sea, al propio tiempo, un paradigma como sostén de valores universales, con hombres y mujeres ejemplares por su rectitud y honestidad.

Como nunca, los Estados Unidos requieren de la integridad de sus instituciones y de sus ciudadanos de bien para la conducción de sus destinos. Como pocas veces, pide implícitamente el apoyo franco y decidido de sus vecinos, en todo aquello que nos atañe para bien nuestro. Y sin olvidar jamás el pasado, sin dejar de ver el presente con miras hacia el inmediato porvenir.