La
Nación está urgida de ejemplos a seguir. Sobre todo, en el ámbito educativo.
Ahí, se yergue la UNAM en cuyo vasto “campus” se forman y se informan miles de
mentes con aptitudes para engrandecer la
Patria a la que pertenecemos y en cuyo seno hemos sido engendrados para
servirla y devolverle, enriquecido, lo que nos ha sido otorgado.
El
nuevo Reglamento de Transparencia aprobado por el Consejo Universitario y dado
a conocer por el rector Enrique Graue, es modelo y ejemplo a proseguir en la
medida que abre espacios a la participación, hace posible el ejercicio
cabal y público de las instituciones en
lo concerniente a sus deberes, y da sustento al ejercicio de la
corresponsabilidad en lo que se refiere a la fundamental obligación de rendir
cuentas de manera clara y oportuna.
En
vez de ínsula, la UNAM da un paso decisivo con el propósito de mostrar y
demostrar con fundamento legal que su
autonomía consiste, esencialmente, en ser sustento académico. No es bastión de
secrecías y tampoco puerta de entrada
para el uso y usufructo indebido de recursos que la sociedad coloca en sus
manos para cumplir con su alta función educadora.
Primera
en tiempo, por su larga historia en el mapa educativo del país, la UNAM
fortalece con la premura y la atinencia del caso, desde su propia demarcación,
el contenido y el alcance de la flamante Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información.
Titular
de derechos inviolables en todos y cada uno de sus templos del saber
universitario, la Máxima Casa de Estudios de México da un paso al frente con la
suprema finalidad no sólo de convalidar la tendencia transformadora de la
Nación, requerida de cambios sustanciales en su experiencia política, económica
y social.
Hace
profesión de compromiso público con el objeto de que el patrimonio que los
ciudadanos han puesto bajo su disposición y tutela esté abierto a la
consideración de todos, a fin de que la transparencia sea un recurso de control
y un argumento para el pleno ejercicio de sus elevadas encomiendas.
En
este sentido, la rendición de cuentas es mucho más que un recuento de sumas y
restas. Más que de forma, dicha práctica se inscribe en un formato que abarca
todas las vertientes de la vida académica interna de la institución y de lo que,
con toda precisión, Guillermo Soberón, el Rector Magnífico (así con
mayúsculas), denominaba
la extensión
cultural y educativa de la Universidad. Es decir, más allá de sus muros y
entornos.
Rendición
de cuentas, así, de lo que hacen sus docentes, sus alumnos, sus centros de
investigación; en suma, lo que a la fecha realiza su casa editorial en tanto y
cuanto difusora, promotora y educadora de virtudes éticas y cívicas.
A
título de ejemplo, el rector Graue Wiechers pone el dedo en la sensible herida
que motiva enojo y frustración en la vida cotidiana de la UNAM: el tema de cómo
y cuándo recuperar el auditorio frívolamente llamado “Ché Guevara”, ocupado por quienes nada tienen que ver con la actividad académica de la
institución.
En
este respecto, convoca al Consejo con la encomienda de establecer las formas
que hagan posible el rescate de dicho espacio, el cual por más de cinco décadas
fue constitutivo de la Facultad de Filosofía y Letras que señorea, como símbolo
de libertades y derechos, a la enseñanza superior en el país.
Bien
porta y comporta la UNAM el título de “Mater et Magistra”. Ha sido y es
generoso ejemplo ciudadano. El Consejo Universitario y al frente de ella, su
Rector actual, así lo atestiguan. Los tiempos que corren lo amerita.