Entre el
movimiento de hace medio siglo y el actual, existen semejanzas, diferencias y
francas discrepancias,
En aquel
entonces al igual que ahora la turbulencia tiene un denominador común: el
ataque a las instituciones, comenzando por la más distinguida de todas, la
educación pública.
Entre los rasgos
que los asemejan entre sí figura la tergiversación o el doblo discurso, utilizado
como vía para confundir y como forma de atraer incautos.
Hace
casi cinco décadas era obvia la incursión del dogma soviético manejado como
catapulta sobre las instituciones de enseñanza superior: el IPN y la UNAM.
A
la fecha, la ideología es lo de menos. Lo importante es poner de rodillas al
régimen que abandera el PRI, con todo y
sus reformas.
En
mucho se parece, por otra parte, la presente rebelión a la que encabeza el
movimiento islámico en el planeta: a éste lo abanderan proclamas de anarquismo
antiimperialista. La religión dogmática es el medio; la destrucción completa de
los infieles, el objetivo.
En
1968, se trataba de imponer un estilo de vida al unísono con la igualdad de
clases, absoluta, por tanto ilusoria.
En
2016, en nombre de un sindicalismo totalitario se pretende dar carta de
ciudadanía a una lucha de todos contra todos, empezando por hacer tabula rasa
con los principios de libertad de enseñanza, actualización de los docentes y desdén
hacia las más novedosas tecnologías en el ámbito de la modernización
pedagógica.
Así como en 1968
la finalidad se orientaba a derruir la organización política vigente, a la
fecha el propósito no es sino el de quebrantar la estructura de poder, colocando
en bancarrota el programa de reformas que promueve la Presidencia de la
República.
Después
de medio siglo, aún sigue siendo un enigma el sin sentido de una rebelión
anarquizante propiciada con metas sociales fuera de la realidad histórica
imperante.
Lo
mismo parecerá, al paso del tiempo, el despropósito de los “sindicalistas” de
la CNTE a fin de impugnar un modelo educativo progresista, modernizador, con
tácticas demoledoras en lo económico, lo cultural y lo social.
En el pasado, el
saldo fue de decenas y decenas de muertos en una sola noche y en un mismo
escenario, civiles: obreros y avezados estudiantes.
En
la actualidad, son pérdidas económicas, heridos y hasta víctimas mortales en el
territorio nacional.
Media
centuria atrás, entre los rasgos diferentes predominó la intolerancia, la mano
dura, pero inconmovible; la impiedad desde las alturas del poder.
Durante
estos meses de conturbación, de anarquía propiciada con el aval de un
sindicalismo beligerante, el acento se ha puesto sobre la convocatoria a la
concordia, a la paz social, haciendo recaer todos los costos en la actividad
económica, pública y privada, en la seguridad ciudadana, en la preparación de
los alumnos en los niveles básicos y de enseñanza media.
Mientras
en el mundo civilizado y no civilizado, el terrorismo galopante hace de las
suyas, incendiando con armas letales plazas públicas y centros multitudinarios,
entre nosotros el terrorismo soterrado se vale de enclaves públicos en donde
campea la indefensión, la tolerancia toma el sitio de la mano férreo que
proviene de la tiranía y las oligarquías.
Saltan
a la vista las identidades, las diferencias y lo similar en estas dos
confrontaciones.
A
las lecciones del pasado, se suma el empecinamiento como denominador común.
Queda hasta
estos momentos la actitud conciliatoria del gobierno actual.
En vez de las
bayonetas, se sobrepone la tolerancia como antídoto a la pandemia.
No
obstante, es tiempo para que la razón se haga valer en tanto árbitro en el
desbocado conflicto.
Es
hora para la reflexión, para el diálogo y para las respuestas a preguntas y
demandas bien entendidas y mejor consensadas.