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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 9 de septiembre de 2013

REFORMA EDUCATIVA Y POLÍTICA CULTURAL: EXPERIENCIAS Y VIVENCIAS




Por Federico Osorio Altúzar

A medio siglo de distancia, 45 años el próximo 2 de octubre, el 68 permanece latente. Sin embargo, los sucesos que nos rodean, guardada toda diferencia,  nos hacen volver a los aciagos días de aquel fatídico episodio en el que triunfaron, a la postre, el autoritarismo, la intolerancia y la temeridad.
En aquel entonces, la protesta estuvo circunscrita al entorno de nuestra ciudad-capital.  La denominación de “nacional” no rebasó los límites de una aspiración que no llegó a concretarse y quedó en propósito y deleznable finalidad.
Esta vez, en cambio, la inconformidad se ha ido extendiendo lenta, pero gradualmente hasta alcanzar, así sea en forma tentativa, a los confines del norte y sur del país, de manera cada vez más arrolladora y desafiante.
El origen de la rebelión fue, como su nombra lo indica, de carácter estudiantil. Se gestó en las dos principales casa de estudios, la UNAM y el IPN, con saldo cruento que alcanzó incluso a la llamada sociedad civil.
Hoy en día la disidencia se ha incubado en el gremio magisterial, en el estrato laboral de quienes tienen la misión de enseñar y educar. Se ubica en uno de los nervios más sensibles de la Nación.
En 1968, las manifestaciones en calles y avenidas llegaron al Zócalo y las inmediaciones del Politécnico y CU. Ahora cambian de lugar, siguiendo una logística que va de la motivación gremial a propuestas que aspiran a conmover la conciencia social con propuestas que involucran asuntos económicos y de seguridad nacional.
Hace 50 años la bandera en alto significaba denuncia del autoritarismo presidencial. El jefe del Ejecutivo era denostado en su persona y  su investidura. Lo primero en razón de su impasividad frente a las voces discordantes en materia de enseñanza; lo segundo, argumentando pertinacia por parte de sus colaboradores más cercanos, el titular de Gobernación, Luis Echeverría, a la cabeza.
En este tórrido verano, la protesta es en contra del titular de Educación, Emilio Chuayffet y sus más cercanos colaboradores, tildándolos de emisarios de un pasado que no tiene ni puede ya volver. En segundo término, está el Presidente Peña Nieto, figura paternalista de la política  a la mexicana.
En suma, coincidencias y diferencias, similitudes y contraposiciones, el síndrome del 68 aparece a la vuelta de cada esquina, como demonio capaz de romper el equilibrio político y contractual en este primer año de gobierno.
Mientras allá la confrontación tenía lugar al final del régimen, aquí el derecho a la revolución se invoca en los prolegómenos del nuevo mandato,desde todos los flancos de la oposición; es decir, en lo administrativo, lo laboral; en lo político  nacional e internacional. Y, sobre todo, en donde más impacto tiene: en la enseñanza, en la educación, y sin descontar en los ´programas culturales, por lo que se refiere al capítulo de ediciones y difusión de las ideas.
Ahora bien, si en el 68 el autoritarismo  se impuso como vía resolutiva, como solución final ante la desbordada inconformidad, en este violento 2013 prepondera, hasta el día de hoy, la tolerancia, la prudencia oficial y hasta la pasividad a toda prueba.
Se impone la idea de que, ante la frenética disidencia, la temeraria actitud y tumultuosa expresión contestataria, queda la sinrazón como testimonio de que no es la vía del atropello a derechos de terceros la forma de persuadir, convencer y vencer, sino por el método de la legalidad, el camino de la legitimidad con base en reformas legislativas y por medio de la ejecución de éstas a través de principios constitucionales.

Hay, por cierto, destacados  personajes en la actual administración que fueron actores en aquel 68 lleno de cicatrices, que marcan para siempre. Es de esperar su atingente actuación ahora. Las experiencias y vivencias son  benéfico fermento.