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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 13 de junio de 2012

UN SÓCRATES PARA NUESTRO TIEMPO

Desde las entrañas de la vieja y siempre viva Atenas, la de eterna juventud, ha emergido la inmortal figura de aquel que el genio caricaturesco de Platón lo convirtió en vocero de sus ideas filosóficas, el “ánguelos” o mensajero de su pensamiento, la conciencia de la Ciudad según él, y a quien llamó torpedo marino, flagelo hiriente dotado de capacidad para atolondrar, confundir y dejar sin defensa a sus adversarios. ¿Qué es la justicia? ¿Qué la virtud y la sabiduría? ¿Qué son la templanza, la tolerancia y la equidad? En fin, las incisivas preguntas iban de menos a más: qué son las técnicas y el saber práctico, qué la ciencia suprema del Bien, ese sol que irradia sobre todas las ideas y las cosas. En suma, qué es la Verdad (así, con mayúscula) frente al saber relativo de la percepción y los sentidos, engendrado con los recursos y los supuestos o hipótesis de la lógica recién inaugurada por los Sofistas, inventores de los mal entendidos discursos dobles, creadores del método de la pregunta y la respuesta, del “sí y del no”, de los “dissoi logoi” de Protágoras, el filósofo de Abdera. Según la versión platónica, el Sócrates de su invención, héroe de mil peripecias en el bullente mundo de Pericles y Anaxágoras; de Aspasia y Eurípides; de Fidias y Polignoto, no cesaba de acosar y asediar con sus incómodas interpelaciones a expertos en su respectivo quehacer: constructores y conductores de navíos; aurigas y estrategas, así como enterados en la técnica de conducir y gobernar hombres y ciudades; sabios en el dominio de la “tecné basiliké”. No escaparon, según se desprende de los “diálogos” de Platón, personajes como Arístides y Temístocles; Calicles y Adimanto; Gorgias y Trasímaco, para citar unos cuantos entre los hombres públicos y conocidos ideólogos del momento. Así, no tuvo descanso el ateniense platónico para exhibir la ignorancia de los oyentes y poderosos, de los petulantes y mentirosos que se hacían pasar por salvaguardas de la ciudad, impostores todos que denostaban a los orfebres de la grandeza de Atenas, a los intolerantes y fanáticos que perseguían y trataban de expulsar a los librepensadores y retóricos de la filosofía de la primera Ilustración universal. Proponiéndoselo o no, Gabriel Quadri se hizo ver como un Sócrates para nuestro tiempo. Un Sócrates por lo menos al modo de Platón el joven, en cierto modo iluminado por los efluvios del oráculo que lo consagraba como el más sabio entre todos los sabios de Atenas. Así, el del Partido de la Nueva Alianza. Quadri de la Torre, se invistió con el espíritu que hizo del maestro de Atenas, una especie de torpedo marino que agita conciencias, que interpela sin reservas y con espontaneidad, sin distingos partidaristas y al margen de rangos y jerarquías para examinar el fundamento y la validez del discurso de los contrincantes. Al fragor de la polémica, en este segundo debate, en ciertos momentos de su participación, se le vio actuar como si tuviese el propósito de poner en evidencia a los fanfarrones de moda, a los impostores. Es decir, preguntaba y preguntaba, inquiría sin tener respuestas explícitas, al margen de su interés personal para atraer adherentes y obtener consenso y respetabilidad. Con inusitada ironía, sostuvo que de lograr persuadir a los oyentes sobre la bondad de sus propuestas él asumiría la voluntad de sus bienquerientes: como el Sócrates platónico aceptaría tener un lugar en el Pritaneo (léase Los Pinos), en donde tienen cabida supuestamente sólo los mejores.