Por Federico Osorio Altúzar
En franco desafío a las leyes del neoliberalismo depredador y a toda clase de sombríos vaticinios, el Rey Midas de la globalidad finisecular, don Carlos Slim, se lanza al rescate de la minería. Voceros de su publicitada empresa Carso A. C., anuncian la predisposición de su fundador y líder a fin de invertir en un proyecto novedoso para detonar el desarrollo de La Tarahumara.
Empresario posmodernista, afortunado hombre de negocios, a don Carlos Slim se le ha calificado como el profeta del cambio y el portavoz del Estado liberado de ataduras y restricciones populistas. Para no pocos, es el apologista de una administración pública impulsada por velas y ayuna de anclas.
Carso anticipa la inversión de cuantiosos recursos que podrían ser la llave maestra para el rescate minero, una actividad envuelta en el mito y la leyenda, abandonada por razones de conflictos sectoriales y familiares, corroída por dificultades y por dirigentes inescrupulosos y motivaciones allende la frontera; desmantelada, en fin, por epígonos e iconoclastas de los recientes gobiernos de la reacción.
A la luz del proyecto innovador, inspirado por la generación de jóvenes políticos y emprendedores de la región, avalados por el gobierno democrático y reformador de César Duarte, se avizora una luz en el túnel de la marginación en aquellos enclaves. Es una luz con particular intensidad, sentido y dimensión social. Si bien no es una aventura filantrópica, tampoco es la apuesta del capitán de las finanzas privadas, cuyo interés fuese el de reproducir estereotipos de la Colonia o alcanzar designios de élites repudiables por su ostensible avaricia y ambición.
Con ánimo previsor, los más de una docena de munícipes chihuahuenses de la Tarahumara, Moris a la cabeza de la región limítrofe con Sonora, Sinaloa y Durango, organizan y emprenden trazos carreteros, inician la intercomunicación de pueblos, comunidades y rancherías; realizan obras de urbanización y alumbrado, elaboran programas educativos, de apoyo a la vivienda de pobladores necesitados; proyectan, en adelante, trabajos de saneamiento ambiental y potabilización del agua; anuncian centros de salud y de orientación laboral.
Dialogan entre sí los líderes de esta inédita y promisoria hazaña de reivindicación social y económica de la región. Van y vienen con ánimo entusiasta, optimista y aun juvenil, de la periferia al centro, es decir, de sus lugares de origen a la capital del Estado grande, y de ahí a la capital del país, con el fin de persuadir, convencer, explicar y justificar la autorización de recursos en las áreas y dependencias de la administración central. Es la última llamada para el gobierno del presidente Felipe Calderón, para demostrar que las políticas públicas de su régimen están por encima de las ideologías y de los partidos.
En Chihuahua, lo mismo que en todos los estados de la Federación, el empobrecimiento y la violencia no son, no pueden ser, sustitutos de la planeación democrática, de la participación privada, empresarial y del capitalismo con sentido social. La política de endeudar, inducir la protesta social y la infiltración de grupos al servicio de la penetración exterior, sólo conducen al desprestigio, al rechazo cívico y a la protesta popular.
El desarrollo comunitario y regional de la sierra Tarahumara es un síntoma alentador, por su carácter reconstructivo, en el umbral de este nuevo año. Ahora bien, habrá que esperar a fin de que una vez puesto en marcha el proyecto innovador se inserte en un ambicioso, eficaz y promisorio plan de desarrollo nacional. Y no olvidar que el desdén a las protestas y las inconformidades fueron el origen, hace un siglo, de la caída estrepitosa del dictador Porfirio Díaz en aquel verano de 1911.