Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA MEDALLA BELISARIO DOMÍNGUEZ AL RECTOR INOLVIDABLE


Por Federico Osorio Altúzar 

“Post mortem”,  cuatro décadas después de su fallecimiento en 1971, Javier Barros Sierra es honrado con la Medalla Belisario Domínguez en reconocimiento a su irreprochable y lúcido liderazgo,  cívico, académico, y profesional,  al frente de nuestra máxima casa de estudios en horas de recia tempestad  como nunca antes ni después.
A su tío abuelo,  don Justo Sierra, debemos la creación de la Universidad Nacional. Al ingeniero Barros Sierra el haber efectuado su cabal defensa, la puntual y señera apología, convirtiéndose en  escudo inexpugnable para contener a los depredadores de oficio y amparar, con la reciedumbre de su voluntad, anclada en la ley, de la violencia organizada,  a  miles y miles  de alumnos, maestros y empleados perseguidos y hostigados por el poder político en turno.
En su memoria, la medalla laudatoria resplandece con luz propia y con los reflejos que  emanan de los corazones de universitarios de bien que jamás lo olvidarán mientras vibre la emoción por el derecho a pensar lo que se quiere y a querer, objetivamente, lo que se piensa. “Honrar, honra” dice la sentencia que alude, como en este caso, al reconocimiento implícito en la presea a fin de exaltar virtudes que no perecen. De él, asimismo, puede decirse: “No todos los hombres son mortales”.
En una época aciaga en la que asesinar se está volviendo un acto cotidiano y aún deleznable para algunos seres irracionales, y en la que se pone indiscriminadamente en la mira de las armas criminales a  jóvenes y  adolescentes en plenitud de vida, con la torva finalidad de socavar la esperanza y el futuro de la sociedad, de cancelar todo proyecto educativo y toda tarea destinada a renovar y crear los valores del saber, del querer social y del sentir artístico; en esta época, ahora,  rememoramos al rector insigne por su bonhomía, vocación humana y fe inquebrantable para defender la integridad física y moral de la inteligencia y la juventud.  Su claridad intelectual aunada a su diáfana comprensión, fue la palanca a fin de sortear los peligros que rodeaban a la Universidad y a su comunidad en franco estado de indefensión, lo que impidió, en aquel lóbrego 68,  la comisión de más actos bestiales y de barbarie    
Barros Sierra asumió la Rectoría de la UNAM después de una intensa actividad profesional  en la iniciativa privada y después, asimismo, de haber entregado talento y disposición a la docencia   desde la enseñanza media superior hasta  el nivel superior en su Facultad de Ingeniería, cuyo auditorio principal lleva, con dignidad y orgullo, su ilustre nombre. Escribió obras didácticas que revelan su “eros” pedagógico, entre otras de cálculo infinitesimal en la colección Textos Universitarios. ¿Qué más puedo hacer por la Universidad? era su preocupación diaria, indeclinable.
En 1966 asumió la Rectoría en medio de la intransigencia interna y los asomos de represión externa por parte del conservadurismo en boga, provocativo y dispuesto a imponer su consigna de postrar a la institución por medio del embate a su Ley Orgánica y procurar el derrumbe de su organización académica y, con ello, el régimen de libertades para enseñar, Investigar y difundir la cultura universitaria.    
A dos años de su rectorado, una vez sueltos todos los demonios de la anarquía y la insania, Javier Barros Sierra se vio enfrentado a la más ruda y brutal de las embestidas contra la Universidad, desde su fundación hasta nuestros días. A cuatro décadas de su muerte, su ejemplo crece en la medida que la insania letal  aumenta con el objetivo avieso de minar los caudales de energía  y pervertir a quienes, teniéndolas,  podrían tomar las riendas del avance científico y humanístico en el país cuando más falta hace. ¿A quién, con palabras suyas, podría convenirle esto?