Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 12 de marzo de 2018

DÍA DE LA MUJER: DEGRADACIÓN Y FEMINICIDIO


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El Día Internacional de la Mujer ha transcurrido en medio de la más pavorosa ola de quejas, denuncias y protestas por maltrato, marginación, acoso y saña en su contra.
En todos los continentes, sin faltar ninguno, las manifestaciones no se hicieron esperar y como si fuese un despertar unánime emergió la voz acusadora de cada rincón del planeta.
En toda cabecera de la civilización, el coro de inconformidades se ha dejado escuchar desde la India, los países árabes; desde Europa, África y no se diga, desde la América nuestra otrora vejadas sus mujeres por  españoles y otros advenedizos.
La réplica, por siglos y siglos ha sido, la supremacía y el predominio, ciertamente al margen de la razón y de fundamento alguno.
En el principio de todo está el hombre, parecía ser la bandera triunfante a través de épocas tras épocas.
Hoy en día, las cosas se plantean como diferentes. La mujer y no el hombre debe ser la causa eficiente, el origen de las virtudes, el principio procreador de la belleza, el amor más que el odio y el rencor; en fin, estímulo hacia la sabiduría: al conocimiento y el arte.
La mujer, desde Homero hasta Racine, pasando por los trágicos y el primer autor de comedidas, el griego Aristófanes, la han ensalzado a pesar de todo.
Helena y Penélope, la Andrómaca y Fedra de Jean Racine, salieron envueltas en toda su majestad y virtudes, del sentimiento y la pasión de los autores mencionados, sin olvidar las palabras de Salomón en Cantar de los Cantares, reunidas en el capítulo 6 de dicho libro.
En la historia antigua de Israel brillan con luz propia los nombres de Sara, Noemí y Ruth, así como los de Esther, migrante en Babilonia.
El denominador común del coro de inconformidades es el reclamo por la validez y práctica de los principios éticos y jurídicos que tienden a la justicia en el sentido de equidad y oportunidad para todos y para todas.
Ayer fue el sufragio, antes y después la igualdad en el desempeño de las ocupaciones públicas.
Siempre y de una vez por todas, el derecho a la convivencia en términos de paridad.
Así, la exigencia actual: libertad, a la luz y en acato de la responsabilidad. Nada opuesto a la honestidad, a la fidelidad y a la identidad desde la perspectiva de la distinción, no en cuanto a  contraparidad hombre y mujer.
De otra manera, jamás se entenderían los conceptos salomónicos en cuanto a fidelidad, ese valor fundamental de las relaciones humanas: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío”. Más que de pertenencia material, se trata de la identidad de sentimientos, de la fuerza bipolar que va de un lado hacia otro, que tiene ida y vuelta; en suma, reciprocidad.
No será necesario llegar a los límites en donde  la mutilación y el suspenso forzado conducen al sometimiento obligado como en la “Asamblea de las Mujeres”, de Aristófanes. Ahí la negación de un derecho, el de la convivencia se esgrime como condición para la persuasión forzada.
La educación, por encima de cualquier moción o alternativa, es el camino hacia la igualdad, el respeto. No, claro está, a la identidad, pues sería como caer en lo radicalmente opuesto y finiquitado.